Leía en el blog de Jesús M. Pérez (ES) la triste historia de la bomba de Nashville.
A primera hora del pasado día 25 de diciembre de 2020 estalló una bomba en la ciudad estadounidense de Nashville, en el estado de Tennessee. El artefacto había sido montado en una autocaravana (o “vehículo recreacional”, como los llaman allí) que había sido aparcada frente a un edificio de la empresa de telecomunicaciones AT&T.
Antes de la explosión, desde unos altavoces montados en el vehículo se reprodujo una grabación alertando a los vecinos y peatones que evacuaran la zona. Eso explicaría que la explosión dañó varios edificios, pero sólo provocó heridas a unas pocas personas. Poco antes de la explosión, la grabación dio paso a la canción “Downtown” de Petula Clark.
Según las autoridades aparecieron restos humanos del principal sospechoso de haber montado la bomba y conducido el vehículo hasta el lugar: Anthony Quinn Warner (EN), un informático de 63 años de edad y residente en un suburbio de Nashville.
Las imágenes de Google Street View captadas en mayo de 2019 de la calle donde residía el sospechoso muestran el vehículo fuera de su casa, que fue registrada por la policía el sábado 26 de diciembre (EN). En agosto de 2019 su novia había alertado a la policía de que estaba construyendo una bomba (EN) en su autocaravana. Sin embargo, la información no llevó a una investigación.
Varios días después de la explosión, varios conocidos del sospechoso recibieron un sobre remitido días antes por él. Al menos uno recibió varias hojas escritas y un par de memorias USB. Los textos hablan de diversas teorías de la conspiración, desde la llegada del hombre a la Luna a los reptilianos, pasando por el 11-S.
También se maneja la información de que el sospechoso defendía teorías de la conspiración relativas a la telefonía 5G. Un dato que se trata de conectar con el hecho de que la explosión afectara a un edificio de una empresa de telecomunicaciones. Como resultado de la explosión, el servicio de Internet y telefonía móvil quedó afectado (EN) durante días en Louisville, Nashville, Knoxville, Birmingham y Atlanta.
A la vista de estos hechos, parece oportuno pensar si estamos ante un atentado terrorista o un mero caso de violencia en el puesto de trabajo (EN), como en principio definen los estadounidenses a este tipo de actuaciones.
Por un lado, todo apunta a que estamos ante un lobo solitario. Alguien que un buen día, y sin tener a priori ayuda de ningún tipo, decide perpetrar una atrocidad por su cuenta y coste. Que muy probablemente Anthony no tenía tras de si a ningún grupo terrorista o colectivo antisistema que le incitase a inmolarse en Navidad.
El problema es que si ahondamos más allá de la superficie, podemos constatar que probablemente Anthony había sido subyugado por una serie de teorías conspirativas que, en última instancia, lo han impelido a poner la bomba.
Es decir, que per sé no hay nadie detrás moviendo los hilos… de forma directa. Pero sí hay alguien (o muchos «alguienes», mejor dicho) detrás de esas campañas de tergiversación del discurso que han llevado, en última instancia, a que este pobre hombre pusiese la bomba.
Cuando hablamos de que las noticias falsas son uno de los grandes males de nuestra era no nos referimos únicamente a su impacto político en naciones democráticas. Algo que ya hemos constatado en más de una ocasión. Sino también a su reminiscencia inclusive en la creación de una nueva tipología de terrorismo, afianzada en hechos que son casi naturales en el ser humano (la mentira consciente), pero que encuentran ahora en la digitalización el canal perfecto para viralizase y pseudo-anonimizarse.
La propaganda lleva con nosotros desde que el hombre vive en colectivos. Pero es ahora, gracias a la conjunción de varias casuísticas tecnológicas y sociales (plataformas ubicuas y omnipresentes en nuestra vida, redes sociales creadas para ser consumidas compulsivamente y no para informar, guerras económicas y culturales que trascienden fronteras en el tercer entorno…), que se vuelve un problema de muy difícil solución, y que pueden llevar, como presumiblemente ha ocurrido en este caso, a atentados terroristas no coordinados.
Manuel R. Torres Soriano de la Universidad Pablo Olavide de Sevilla y Mario Toboso Buezo de la Universidad de Barcelona escribieron en 2018 el interesantísimo artículo académico “Five Terrorist Dystopias” (EN) en el que partían del concepto de David C. Rapaport de las olas históricas de terrorismo (EN) para plantear que en 2040 surgirá una nueva y especular al respecto. El artículo plantea cinco posibilidades que giran la mayoría de ellas en torno a la tecnología:
- Rechazo a un futuro transhumano sólo para privilegiados
- Rechazo al transhumanismo y nuevos códigos morales surgidos de nuevas religiones y tabúes religiosos
- Movilización política en torno al cambio climático
- Neoludismo ante masivas pérdidas de puestos de trabajo
- Convergencia entre la violencia política y el crimen en las zonas marginadas de megaciudades
Y probablemente estemos a las puertas de varios de estos en la actualidad, con esa «plandemia», la destrucción de puestos de trabajo con poco valor añadido que ello supone, y «Bill Gates inoculando masivamente vacunas que son una supuesta tapadera de chips controlados por 5G»…
¿Tiene sentido algo de todo esto? Pues no, pero responde muy acertadamente a ese sentimiento de un porcentaje significativo de la sociedad que se siente excluida de la innovación tecnológica, económica, ética y científica de nuestra era, y buscan consuelo en respuestas fáciles a preguntas complejas.
Pese a que no haya ninguna base en la que se asienten.
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